lunes, 11 de diciembre de 2006

El precio del Silencio

Ellos llegaron un día soleado, ¿Quien iba a sospechar como todo terminó?. Su arribo al pueblo fue natural, llegaron de a poco, en sus Jeeps y camiones. Todo parecía normal, llegaron saludando, eran solo un par de vecinos más, afuerinos que la tranquilidad de la zona conquistó para establecer allí sus vidas para hechar sus familias al mundo, solo eran unos soldados más que cumplian con su traslado de rigor y (quien sabe) se enamoren de la zona y quieran aquí juntarse a recordar viejas glorias de guerras que jamás se pelearon.
Luego vinieron los hijos, los colegios nuevos con nuevos métodos de enseñanza, vinieron los compadrazgos, los matrimonios y los amigos nuevos. A nadie le importo el galpón que se alzó en la montaña alejado de todos, un galpón más un galpón menos en una zona agrícola y ganadera no era una cosa por la que Troya podía arder. Camiones más camiones menos en una zona donde todo tiene que transportarse a zonas portuarias hacia el este del país, nada fuera de lo común. Un par de soldados más en una zona que crecía en importancia económica y población, consecuencias del progreso y eso sería ¿Para que preocuparse de más en este pueblo? la vida es tranquila, el aire es limpio y los domingos hay familias que pasean por la plaza tomándose un helado y conversando con los amigos que se encuentran allí, mientras los perros huelen los pies de todos y se confunden en juegos y mordiscos.
Todo bien, todo tranquilo, todo progreso limpio, todo aséptico. ¿Para que complicarse?
Un día Julio el Chico no fue más a clases, enfermedad primero, duelo después y luego nadie preguntó más por él ¿Para que buscar explicaciones complicadas? Julio el Chico siempre fue un cabro de moledera, un revoltoso y mal ejemplo, el niño con que las mamás no quieren que sus hijos se junten, y ante el cual los abuelos sacuden sus cabezas y suspiran que en sus tiempos los niños sabían obedecer o que ese ya era manzana podrida que pudriría el cajón. Así pasó tiempo y luego fue Pancho malo y despues Demonio Ernesto, luego ya solo eran Pedrito y Juanito, Andrés, Tomás y Santiago, pero nadie hizo preguntas, nadie se esforzó por buscar una explicación, mejor era callarse. Había más patrullas en la calle y un ambiente de tensión, el país vecino se movilizó (o eso se dijo) y la sombra de la guerra se extendió por unos meses que todos olvidaron, junto con los niños perdidos. Algunos de ellos volvieron a clases, sus familias se cambiaron y dejaron los niños a cargo de un Tio o la abuela, trabajos nuevos se abrieron para muchos fuera de la ciudad, y nadie notó que la gente que encontraba mejores rumbos fuera del pueblo eran esas familias que criaban manzanas podridas que desaparecían para volver hechos unos santos a sus aulas y sin recordad que había pasado.
Para que hacer preguntas si los niños habían vuelto, si las familias eran felices, si la paz reinaba, si había trabajo para todos y más seguridad que nunca con el cuerpo de policía que había crecido para proteger el sueño de todos los ciudadanos tranquilos de esa ciudad. No había montajes en la sombra, ni crimen organizado como en otras ciudades, no habia criminalidad, no había conspiraciones, solo tranquilidad y trabajos bien pagados si te quedabas callado y tranquilo. Vecinos amables y grata convivencia si no preguntabas demasiado. Y niños problemas convertidos en ciudadanos modelo que con su ejemplo rectificarían el camino de tantos rebeldes estúpidos que no se contentaban con la situación inmejorable de la ciudad.
Algunos dijeron que lo habían imaginado, otros que se veia venir hace tiempo, en realidad nadie lo vino venir y muchos le hecharon la culpa a extranjeros que llegaron haciendo preguntas, alojandose en los hoteles que jamás tenian mas de dos o tres pasajeros y caminando mirando por encima del hombro cuando un auto color negro doblaba la esquina. Empezó con la desaparición de Carlita, alumna modelo un ejemplo de niña... algo callada, pero una buena niña en el fondo, luego el incidente de Dante el Raro, ese niño miope y miedoso al que todos temían sin razón, y que una mañana fueron a buscar unos hombres con overoles naranjos acompañados de esos hombres de gris, pero en ese momento también se silenciaron las bocas con la explicación de que Carlita era algo débil de salud y Dante seguramente era un pequeño enfermo mental al que por fín habían institucionalizado. Pero Luego fue Claudia y un montón de niños y jovenes echaron de menos el rumor callado de sus ojos azules mirando a travez del ventanal que daba al patio del colegio, y las compañeras y mamás extrañaron a aquella cuyo apoyo silencioso pero significativo estaba para todos a quienes ella había compartido su asiento. Ciertos Jovenes y niños se volvieron más lideres, más asertivos, mejores alumnos y ahora alguien notó que eran los hijos de ciertos matrimonios de "los mejores elementos de la zona" con los alguna vez afuerinos, ahora enquistados en el corazón de la Ciudad y también base de sus instituciones sociales mas sólidas.
Para cuando se llevaron entero al quinto año A del colegio Sagrados Corazones ya era tarde para decir cualquier cosa; Los extranjeros raros habian protagonizado incidentes igual de raros en los últimos días, algunos vieron luces que iluminaron la noche completamente, y en algunos barrios los vecinos habían llamado alarmados a los Carabineros que los protegian al haber despertado con el estampido de una bala o de dos autos acelerando a todo motor por la avenida mas cercana. Era tarde, y eso lo dijo un extranjero medio borracho que se lamentaba después de haber invitado a todos los parroquianos de aquel barcito pintoresco donde los "curaditos" folclóricos de la ciudad cantaban sus boleros al son de la guitarra de On Rober, aquel afuerino que buscó amigos sin encontrarlos en todos los que se habían atontado por el sopor del alcohol de la zona y que después de quedarse solo afirmó que la guerra se había perdido y aquí era donde mas se notaba. Pero el peso del silencio ya era muy grande para cambiar las cosas
El estupor del silencio lo invadió todo, ya era tarde para hablar, los niños seguian saliendo de sus clases acompañados de soldados que ya no eran más sus tios o vecinos. Pero ahora nadie se atrevió a decir una palabra
Ni una palabra

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